miércoles, 6 de mayo de 2009

PERÍMETROS EN FUGA

Nosotros los apestados, los de acá, los que quedamos fuera de toda posibilidad de ser curados. Los que no podemos hablar o no somos escuchados o no somos entendidos. Los de la lengua insidiosa que es cortada o desviada. Los ruidosos que nadie oye. Nosotros por quien nadie intercede: ni cura ni alcalde ni deidad. Nadie. Nosotros los de este lado, los de la mala suerte, los del mal, los culpables, los que tenemos que pagar los platos rotos por otros. Los jodidos de siempre, los mismos, los cansados de exigir justicia que aún reclamamos sin descanso. Nosotros los indeseables, la estadística negra, los sitiados, estamos aquí y hablamos, óiganos y se darán cuenta de que sí entienden lo que decimos.
CRAC

El que tenga oídos que oiga
Por experiencia propia sé que para ser escuchado no solamente son necesarios unos oídos sanos sino una acústica óptima, un lenguaje adecuado, un discurso convincente y en general, una serie de condiciones que nos sitúe en el mismo plano que nuestro receptor para evitar las interferencias. De lo contrario, la voz, que es una onda elástica que se propaga por el aire, puede dispersarse, sufrir variaciones, experimentar un Efecto Doppler y perderse. O en su defecto, reflejarse en unas paredes sólidas y convertirse en eco que deviene en una pérdida de energía y finalmente extinguirse: el silencio. Para ser escuchado hay que saber hablar.
Y tal vez sea esto lo que no sabe hacer la población de este país, que acostumbrada a vivir entre el ruido: campañas políticas, spots gubernamentales, vendedores ambulantes, comentaristas de futbol y de espectáculos, voceros oficiales u oportunistas, no ha adquirido la capacidad para cuestionar lo que escucha, menos aún, para responder a lo que oye. Por eso la noticia de que una enfermedad acechaba sobre nuestro país sólo tomó dos rumbos: se refractó y la voz adquirió matices apocalípticos, propagandísticos, especulativos o se perdió en paredes no reflexivas y se tornó silencio. Antes que el virus de la gripe porcina hiciera mella en el ciudadano común, lo que afectó a muchos fue la incredulidad: si lo dice el gobierno, no es verdad. Recuérdese que estamos en temporada electoral y todo vale con tal de ganar votos.

Decir que no se sabe
En este país el mexicano común se jacta de saber más que los demás: un obispo asegura saber dónde vive el narcotraficante prófugo más buscado en México, alguien más dice saber cómo dirigir al equipo nacional de futbol para que consiga ganar un Mundial, aquella afirma saber todo sobre el espectáculo nacional. Saber es una condición inherente al mexicano. Lo curioso es que siendo un país de sabios no hemos sabido sacar adelante un proyecto de nación, que para más inri, no existe aún. O está muy oculto. Quién sabe.
Por ello la advertencia de que una epidemia de gripe porcina (brote de influenza el 23 de abril) estaba infectando a muchas personas en el Valle de México sólo trazó una raya más al tigre de nuestra cotidianeidad: crisis política, crisis económica, ahora esto, qué más da. La capacidad de transformase ante cada golpe que nos arroja el gobierno, además de asemejarnos al virus de la gripe, nos ha convertido en artistas del performance. O de la fuga. Evadir es también una práctica que nos distingue. Sólo que no sabemos que constantemente vamos de un lado a otro de las fronteras de la responsabilidad y la desidia, del ya merito al Dios dirá, por citar unos ejemplos.
Las autoridades aseguraban no saber el origen del mal y se culpó (el culpabilizar al otro es acá deporte nacional) a un turista, a un mexicano venido de Estados Unidos, a quien sea con tal de salvar la facha ante la ciudadanía.

No decir que se sabe
Afirmar que se conoce traza una línea entre conocimiento e ignorancia y en consecuencia exige una actuación pertinente de quienes saben sobre quienes desconocen. La delgada franja entre una zona y otra es en México una barda gigantesca, un vado infranqueable, una cortina de oropel constantemente reforzada por las políticas públicas y las televisiones de este país, por decir lo menos.
Por eso, cuando fue inevitable decir que se estaba ante una situación de emergencia las personas reaccionaron, tras el shock, movidas por la paranoia que después alimentó puntualmente los medios de comunicación. La frontera entre los que sabían y los que no, atravesó a todos y creó dos grandes bloques: los que pudieron acceder a la vacuna y los que ni tiempo tuvieron para considerarlo o no sabían que existía una; quienes consiguieron tapabocas y los que no, quienes pudieron huir y ponerse a salvo y los que tuvieron o no pudieron escapar y se quedaron dentro. Lo que la frontera dividía mansamente (aunque ejerciendo violencia sobre los individuos) se mezcló y reorganizó –impuso violentamente- otro estado de orden, paradójicamente alimentado por el caos en que se cayó.
El virus saltó al time prime de la televisión que nos (des) informó puntualmente de la “evolución de la pandemia” y en tiempo real veíamos cambiar el contador de muertos (sin género) o de nuevos contagiados (sin nombre). Por decreto (otra traza tirada por el gobierno) dejaron de existir narcotraficantes y muertos por la violencia, mujeres asesinadas y estadísticas que sitúan la economía del país desplomándose en caída libre.
La muralla levantada por los medios de comunicación invisibilizó otras realidades, que no obstante, siguen presentes pero ahora atrapadas en el impasse de la epidemia que elevó el precio de la vacuna (que terminó por no servir), sometió a la especulación la existencia y el costo de tapabocas, ha puesto en riesgo las reservas de Tamiflú, amén de que el abuso de este medicamente crearía cepas resistentes al compuesto, evidenció que el sistema de salud no está a las altura de las circunstancias y lo que se sabía o podía intuir, la inexistencia de antivirales para atender a la población: se sabe que el gobierno tiene antivirales para atender sólo a un 1% de la población. Y si somos más de 106 millones, hagamos cuentas.
Lo cierto, ya se sabe porque así es México, es que cuando la contingencia termine, ningún político ni ninguna organización política asumirán la responsabilidad de la catástrofe. La frontera que separa la justicia de la injustica es impenetrable. Cuando todo pase –si pasa- la vida en este paisito será distinta pero seguirá siendo igual. Porque la ocasión para educarnos como ciudadanos se está perdiendo. Es más sencillo sembrar miedo en la ciudadanía que sigue refugiándose en creencias que instruirla en una cultura de la prevención y la sanidad, con todo, resulta más barato lo primero aunque el costo final sea mayor. Cuestión de perspectivas, del lugar dónde se ubica quién mira la frontera.
En Veracruz, el gobernador puso a funcionar la infraestructura del canal de radio y televisión estatal y se organizaron clases impartidas por el profesorado veracruzano (que es personal calificado que trabaja en funciones académico administrativas en la SEV) a las que podían acceder por televisión o radio todo el alumnado afectado por las medidas de emergencia dictadas por el gobierno federal. Para cada grado del nivel básico, medio superior y superior existía un horario determinado y se podía acceder también al sitio web. Dicho servicio se extendió a los estados colindantes como Tamaulipas, Puebla, Tabasco, entre otros.
Pero salvo esta situación, no hemos sido educados para enfrentar otra emergencia: Lolita Ayala nos enseñó a lavarnos las manos y nos recitó que se aprovechara el tiempo para convivir con la familia. ¿Cuál familia? Me pregunté inocentemente. La hegemónica, la que va a misa aunque se pida que se suspendan; la que ‘olvidó’ al cura pederasta para sacar a un santo (enclosetado desde el siglo XIX) por las calles del Distrito Federal para pedir que la epidemia se detuviera; hay que cuestionar la eficacia del santo y las acciones impertinentes del clero nacional. Hay que ser muy ingenuo para creer que al término de esta situación las cosas no adquieran su matiz de normalidad.

No saber decir
Si algo caracteriza a nuestra clase política es su ineptitud para enfrentar situaciones emergentes, lo cual es comprensible si consideramos que muchos políticos y algunas políticas han sido formados en un ejercicio del poder donde sólo se imponen sus deseos, se dictan órdenes que deben cumplirse, se recitan discursos huecos que caen ante un electorado que no sabe ni quiere saber, que no dice ni sabe qué decir, que no dice porque no sabe cómo decirlo, contribuye a que cuando se presenta una emergencia ésta se paraliza. Las autoridades involucradas sencillamente se revelaron ateroesclerotizadas. Por eso nuestro Presidente no sabía qué decirle a su pueblo. El guión que ha repetido desde que emprendió su aventura nacional consistía en informar del número de muertos por el narcotráfico y repetir que unidos ganaríamos la lucha contra el crimen organizado, leitmotiv que algunas veces aderezaba con buenas nuevas.
Organizado el virus que evidenció un sistema de salud caduco, debilitado, pobre, con un organigrama anacrónico, burocrático, víctima del saqueo de los dirigentes en turno. Desorganizado o inexistente el plan de acción: la Secretaría de Salud presentaba unas cifras, Gobernación salía a la palestra con otras y los diferentes actores políticos mediáticos aparecían en televisión con su propia lista elaborada ex profeso para anular a las otras y sumar a las estadísticas del miedo y la confusión, más paranoia. Lo lograron.
La avalancha de gente (anterior al cerco) que deambulaba con la boca cubierta, la mirada extraviada y la fe en rebajas, caminando en calles semidesiertas, las imágenes de un metro habitado por seres fantasmales (la frontera entre lo real y lo fantasmático es un llamado del gobierno a quedarse en casa), las puertas de los comercios cerradas, las fachadas de las casas tapiadas, conformaron trazas de un itinerario de silencio, mostró al mundo un paisaje apocalíptico que alentó la paranoia y la retroalimentaba, y que después justificó la discriminación de los connacionales en algunos países, reveló que el racismo no es sólo cuestión del color de la piel, la preferencia sexual, el estatus social o el credo, es también un muro que separa a los individuos sanos de los enfermos. Ser mexicano significó ser apestado. Indeseable. Tal categorización borró las fronteras (internas) entre mexicanos y separó (fronteras externas) a éstos de los ciudadanos de muchos países: los enfermos versus los sanos.
Sin embargo, pronto supimos que todo intento de acotar los perímetros ha sido en vano. Éstos se extienden como círculos concéntricos, como una frontera en fuga con aceleración constante porque el espacio no lo crean los sujetos, en esta caso, sino el virus que viaja desconociendo mapas y hoja de ruta.

“Tú te puedes sentir mal, pero no te puedes enfermar”
¿Por qué en este país se muere la gente y en los otros donde también está presente el virus no?
Nadie ha respondido esa pregunta que hizo el corresponsal del periódico El País a José Ángel Córdova, Secretario de Salud. Otras preguntas más importantes deben bullir en la cabeza del Presidente. Pero no se requiere ser estadista ni sabio ni político (recuérdese que en este país todos saben) para decir la respuesta.
Se mueren los pobres, las mujeres, los indios, los sidosos, los putos, los niños y las niñas de la calle, los viejos, los que ya estaban enfermos de otros males: injusticia, hambre, discriminación, abandono, represaliados, sin casa ni papeles, los enfermos de cosas incurables en México. Muerto yo, que carezco de esperanza.

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