sábado, 12 de marzo de 2011

DE LA DIGNIDAD 2

Es posible ser antisistema sin devenir anarquista. Se puede conseguir resistir a la voracidad del mercado sin pecar de ingenuo. Depende de las coordenadas en las que se esté situado, pues son las variables que conforman al sujeto las que se ponen en juego en la manera en que se responde a la injustica, la indignidad, la miseria, que gobiernan al mundo.

Cuando Lemebel habla por su diferencia no resulta excluyente sino congruente. El discurso a favor de la igualdad es tan sospechoso como las promesas que hacen los poderosos del mundo a los miserables de esta Tierra. La única igualdad que existe es la matemática y como tal es abstracta. Las personas deberíamos aspirar a la equidad, que es más justo y posible, humano. Hablo por mis diferencias. Mis muchas diferencias que me permiten dialogar (a veces, en determinados momentos), con las diferencias de otros y posibilitar el encuentro. La diferencia me acerca con mis semejantes, no con unos iguales inexistentes.

Y para ello, debo reconocer en mi propia piel la especificidad de mi opresión (Moraga). O de mis opresiones, que son muchas también. Lo digo sin atisbos de rencor o en plan víctima. Identificar en mi cuerpo la huella del poder ejerciendo sobre mí su presión, da pie a que pueda valorar en los otros el dolor de la herida en tanto sujetos lastimados; reconocernos en el dolor y no en la herida en sí. Que la pena tiene intensidades es cierto. Aceptar esta diversidad de dolores y daños posibilita a su vez, encontrarme en el otro que busca sanación, perdón y liberación.

Sin perdón no hay libertad. Pero no esa disculpa devenida en “borrón y cuenta nueva”, que intenta confundir perdón con olvido y desmemoria con injusticia. Sin reparación tampoco es posible construirse sujeto, pero asumiendo sensatamente que la recuperación nunca es absoluta sino simbólica, de este modo la herida que no sana del todo se oxigena y permite continuar con el cuerpo tatuado hablando por sus marcas sin rencor y sí con valentía. Un orgullo que surge con la dignidad recuperada, como si la cicatriz fuera una sonrisa de la piel que victoriosa se yergue. Resiste.

Para llegar ahí hay que descolonizar la imaginación (Sandoval), los afectos, la manera en como hemos sido obligados a pensarnos, a valorarnos frente al otro, casi siempre en oposición y en franca desventaja. Imaginarnos de otra forma posibilita recuperar la autoestima, sentir en la piel la indignidad que nos ha sido impuesta a fuer de repetir un papel social que no hemos elegido y sí en cambio, reproducido acríticamente para mantener la perpetuación de la inequidad y la injustica. Identificar en el propio pensamiento, el pensamiento del tirano, puede ayudarnos a arrancar las cadenas cognitivas que nos limitan la posibilidad de imaginar otras maneras de vivir nuestra existencia.

La descolonización supone un largo proceso de recuperación de nuestra subjetividad en manos de muchos opresores, a quienes hay que ir dejando atrás no sin señalarlos como verdugos y emplazándolos al ejercicio de la justicia, que tampoco es completa ni del todo justa.

Tanta inexactitud no tiene por qué desmotivar a reconocer nuestras diferencias, identificar las opresiones, independizar nuestra imaginación, pensar que otro mundo es posible. Muchos otros mundos son posibles. Mejores a éste que habitamos. Se necesita más que esperanza, es verdad, pero no se avanza hacia otros horizontes más deseables si no es con la dignidad recuperada de los sujetos. La dignidad se vive en y desde el cuerpo. Poco valen unas manos y unos pies en dinamismo si actúan sólo por reflejo o imitación. Coaccionados. Se puede ser antisistema sin devenir anarquista. Se puede ser sujeto en resistencia y disfrutar de la vida, sólo si ésta acontece humanamente, amorosa, con dignidad. Lo creo: otro mundo (mejor, sí) es posible.

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