viernes, 11 de marzo de 2011

DE LA DIGNIDAD

El juez Baltasar Garzón considera "un honor" sentarse en el banquillo por investigar el franquismo. "Un país no se puede construir sobre miles de cadáveres", ha asegurado este viernes durante una charla multitudinaria en la Universidad de Ginebra (Suiza), donde ha sentenciado: "No es que sea más valiente que nadie, pero quiero tener dignidad"*. Resulta un acto de generosidad hacia el género humano, leer/escuchar la manera en que este hombre, juzgado por querer enjuiciar a quienes tanto daño hicieron a los 'perdedores' de la Guerra Civil española y sus descendientes, enfrenta su caso, a todas luces, injusto.
Me causo regocijo en especial que utilice la palabra dignidad. Expresión que para muchos no tiene sentido cuando de progresar se trata. Cuando lo más ruín de la especie humana se topa con esa palabra y no pudiendo saltarla, la escupe, la ensucia, intenta taparla, desespera en su intento vano de desaparecerla. Cuántos estarían dispuesto a lo que sea con tal de borrarla de la vivencia cotidiana. Ahí está la iglesia miserable de Roma, callando y haciéndose ciega ante los crímenes que muchos de sus secuaces han cometido y siguen llevando a cabo con la feligresía y aun con quienes no son parte de ella, en nombre de un dios tan sangriento como el que dibujan para otras expresiones religiosas. Mala sin par la iglesia de España, que es cómplice de la red de robo -que no adopciones, como el eufemismo fuerza a suavizar la realizad- de infantes durante décadas (no lo digo yo, está en las noticias). ¿Ha dicho algo la disoluta? ¿Pedirá perdón la 'mal nacida'? Jamás.
La iglesia de cristo loco tiene esa cualidad dual (como la luz, partícula y onda) de pretenderse divina cuando ataca a los mortales, y humana, ergo pecadora, cuando es descubierta obrando mal. Así se las gasta la puta de babilonia y ni quien le diga algo. Eso sí, la falsa entra a la cuaresma más saciada que una boa en primavera.
Pero mencionaba la dignidad, esa cualidad asociada con el decoro y el respeto. Con la percepción que un sujeto tiene de sí (y por extensión con los demás). Por ello no asombra que quien no se tiene por digno, el resto de las personas le resulten meras materialidades que pueden ser canjeadas, vendidas, destruidas, eliminadas, invisibilizadas, olvidadas sin mayor trámite que el deseo de que tal hecho acontezca.
Dignidad es lo que evidencia el juez Garzón al plantarle cara a la injusticia maquillada de justicia (dios mía, igual de falsa que la iglesia catoliquera). Esa virtud que al no ser cultivada ahora, resulta una revelación inexplicable cuando acontece en el cuerpo de alguien que no se tenía por digno. Socavar el valor propio ha sido una lección repetida casi silenciosamente desde hace muchos años por parte de instituciones, que ven en las personas, una entidad con poco valor, el mínimo para echar a andar los engranajes del mercado, sobre todo.
Dignidad le falta a quienes miran cada día la televisión mexicana y celebran, jubilosos el drama indigno del culebrón 'del momento', el gol prefabricado en algún lugar lejano del campo, el milagro impostado por una u otra entidad. Así discurre la vida de bastantes que acostumbrándose a su miseria asumen también la carencia de la valía propia y el respeto de sí, porque de 'dignidad no se come', farfullan míseros e ignorantes.
Celebro que un hombre de la talla de Garzón haya dicho esa palabra porque de alguna manera será escuchada y repetida, y quizá, algunos la oigan por primera vez o la redescubran y sientan en la intimidad de su ser, que es a ellos a quienes el juez les habla, no como una aparición fantasmática sino como invitación a re/descubrirse dignos. Ojalá fueran miles quienes levantaran su rostro y emergiera de sus cuerpos la esperanza que acompaña a la rabia que nace cuando se descubre que la dignidad ha sido socavada. Eso espero como quien aguarda la lluvia en mitad de los médanos. Pero los sueños, ya se dijo, sueños son.

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