sábado, 29 de marzo de 2008

CASAMIENTOS DE POBRES, FÁBRICAS DE PORDIOSEROS


¿Verdad que suena fuerte la frase con la que abro este artículo? Acusa toda una intención discriminatoria, una posición excluyente, en definitiva, falta de humanidad. Sin embargo, si nos detenemos a leer con mayor detenimiento nos encontraremos con que encierra una verdad ineludible, una dolorosa verdad que existe y nos confronta cada día. Basta con detenerse involuntariamente en los cruces de las avenidas de cualquier ciudad y veremos a una joven mujer -siempre joven y siempre mujer; la violencia contra ellas parece infinita- que se acerca a ofrecernos toda suerte de golosinas mientras lleva atado a su espalda a un crío. A veces, el cuadro se hace más cruel y vemos a un par de niños sortear vehículos en espera de que algún conductor le acerque unas monedas. Con algunas variantes, este triste espectáculo se repite de cruce en cruce desde muy temprano hasta el atardecer.


Pero esto que les comento no es novedoso y tal vez ni siquiera les ocupa -si no preocupa-; se ha vuelto tan cotidiano que forma parte de la agenda rutinaria. Lo que yo planteo ahora acá es que esas mujeres y hombres -que las criaturas no se hacen solas- que se reproducen irresponsablemente ni siquiera tienen el gusto de fabricar hijos con placer. Sí, ésa es mi denuncia, la imposibilidad de gozar del encuentro de los cuerpos y con esa satisfacción asumir la existencia. Estas mujeres pasan su vida sin saber jamás qué es un orgasmo. ¿Qué cómo lo sé? Si los tuvieran tendría menos hijos y más placer. Ellos, los varones irresponsables, los machos del rebaño heterosexual, tampoco saben gozar de sus cuerpos -menos del de sus compañera-, seguramente son de los que se ayuntan, 1, 2, 3 y a dormir porque mañana es otro día. ¿Pueden imaginar la frustración de esas mujeres? ¿O es que éstas ni siquiera se han planteado la posibilidad de que exista el placer? ¿Ignoran acaso que el cuerpo siente? No lo creo.


De todas las formas de violencia que padecen las mujeres -y algunos hombres también- existe ésta, la negación al disfrute del propio cuerpo: primero el catecismo jodiendo con aquello de que la carne es uno de los enemigos del alma (como si cuerpo y espíritu no pudieran pasársela muy bien juntos, cooperando entre ellos), luego la familia que reprime todo intento de tocamiento del cuerpo, después la sociedad, en especial el machismo que ha negado -y las otras, sumisas, aceptado- a las mujeres el derecho -obligación diría yo- a gozar de su sexualidad sin considerar al cuerpo como una materia sucia y cargada de malos olores y que encima priva del paraíso. ¿Cuál paraíso? Si el infierno lo tenemos en vida, la gloria del edén también podemos tenerla y ya. Pero nadie nos ha dicho esto, pero nadie ha exigido esto. Un cuerpo libre de tabués es un cuerpo íntegro y satisfecho pese a los altibajos de la vida diaria.


Y ahí están, esas jóvenes mujeres siendo madres sin haber sido plenamente niñas; mujeres que han tenido que ser obreras -me temo que esclavas- sin saber lo que es ser esposa, pareja, amante. Mujeres que tienen que lidiar con el varón borracho e irresponsable porque "ése es su destino", porque "así lo quiso Dios". Me niego a aceptar esta realidad. Me enfurece que ellas no se planteen otra realidad distinta a ésta en la que sobreviven. ¿Qué quién les abrirá los ojos? Nadie, sin duda. Esas mujeres y hombres parecen condenadas y condenados a mantener viva su muerte corporal, su sensualidad nunca descubierta, a habitar un cuerpo sin jamás hacerlo suyo. Cuerpo que otros toman si poseer ni ser poseídos; burbujas henchidas de aire pero privados del tacto que produce el mismo, cuerpos fabricando pobres y desdichas, haciendo réplicas de seres acartonados que no sabrán ni por asomo que en sí mismos llevan un poder infinito, una fuente de bienestar que les ayudaría a enfrentar la vida con otras perspectivas.


Urge pues educar; enseñar a nuestra infancia que el cuerpo es el mejor aliado de cada uno de los individuos: lo que interactúa día con día es el cuerpo femenino y masculino con otros cuerpos masculinos y femeninos; son también cuerpos de ambos sexos los que realizan múltiples actividades, los que hacen largas filas, los que protestan, los que ríen y padecen, los que se alimentan y duermen, los que gozan -o deberían- gozar de la existencia. Somos cuerpos sensibles y pensantes no masas en reposo o en movimiento. Cuerpos e inteligencias en resistencia.


Me gustaría que la próxima vez que se toparan con alguna de estas mujeres, además de darles unas monedas, pudieran ofrecerles también un orgasmo, ése sí es el "verdadero banquete de la vida".

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