martes, 20 de julio de 2010

LA CENUTRIEZ DEL MUNDO

Estoy harto de vivir en un mundo donde la ignorancia más rapaz devora la posibilidad de pensar críticamente y sin embargo, sobrevivo. Me cansa, sin duda, percibir que el sentido común (casi) extinguido da paso a la sin razón más arrogante que anula el diálogo. Abunda el ruido, el desconocimiento del otro, la anulación de aquello que no es útil o que no redunda en beneficios de diversa índole, económica, sobre todo, la suciedad, el tedio, la resignación y el abandono a una inercia que mina lentamente la voluntad del sujeto.

Me asombra mirar que atrapa más la telenovela vespertina (cuanto más si es una versión ya vista) que el discurso político: la primera enajena, el segundo miente. Me estupora contemplar la dejadez de bastantes ante el número de víctimas por la guerra contra el narco y su interés desmedido por el chisme de la televisión. No comprendo a quienes han renunciado a pensar en aras de obtener la supervivencia mal entendida: tener auto, televisión por cable (para ver la programación refrita de las televisoras nacionales), beber coca cola, tranzar al otro, joder al vecino, chingar por chingar.

No entiendo que miles crean que una iniciativa lanzada precisamente por quienes tienen el control del mercado y por ende el político y con ello han causado el estado de vida deplorable de millones de personas, pueda ser más efectiva que demandar la obligatoriedad del pago de impuestos precisamente de aquellos que lo evaden y que luego éstos se traduzcan en obra social. Se persigue la sombra y no el objeto real que la produce. Se aspira al centro sin observar que éste es también la periferia con respecto a otros centros. Se vive de manera suicida y lo que me agota es que sigan con vida tantos y tantas. Exceso de población que no existiría si la reproducción se asumiera con responsabilidad y no como regalo de una deidad ni como deber.

Me deslocaliza no saber cuándo debo asumirme estúpido para pasar por avezado en una realidad que ha reconfigurado sus parámetros: se ensalza la mediocridad y la trampa, se persigue la ignorancia y el desprecio por conocer, se apuesta por el instante desconociendo que éste no discurre ajeno a otras coordenadas. Que una canción tribal triunfe en varios países no acusa la calidad de la letra sino la elementalidad neuronal de quienes la han colocado en la cima. La barbarie se ha instalado como lo de hoy. No queda apenas sentido común para caer en la cuenta de que la vida de muchas y de muchos es una mierda, en la que sin duda, algunas y algunos gozan estar. No hacer nada para romper las inercias es también hacer para que la realidad siga sin cambios. C’est la vie! quizá crean. Yo, simplemente sobrevivo: mi vida es otra.

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