domingo, 20 de septiembre de 2009

HUBO UN TIEMPO

Hubo un tiempo en el cual era común decir o escuchar “murió en el temblor del 85”; y uno ya sabía lo que eso significaba. Un silencio cómplice que hacía sentir culpable por irrumpir en el espacio del tabú, de lo impronunciable.
Existe una generación que aún recuerda puntualmente dónde se encontraba a las 7.19 de aquél 19 de septiembre de 1985. La mitad de la década perdida, como la llaman ahora los analistas económicos. En ese entonces se ignoraba eso, en ese entonces se ignoraba que la década se volverían dos.
1985: el liberalismo económico despegaba desde Europa y Sudamérica se hallaba al final de los regímenes totalitarios que la asolaban y habían causado miles de víctimas y de desaparecidos, o se encontraban en plena transición democrática. A México lo desgobernaba la primera generación de tecnócratas y se vivía con ilusión (ingenuidad) la fiesta del México 86: un mundo unido por un balón.
El rock en español o en tu idioma emprendía su ascenso y lejos estábamos de los “vientos de libertad” que traería consigo la caída del Muro de Berlín. Más lejana aún se hallaba la desaparición de la Unión Soviética y tampoco se vislumbraba en el horizonte Internet ni los teléfonos celulares. Cuna de Lobos rompía récords de audiencia en el canal 2, de la única televisora privada que había en este país. El único gobierno, la única autoridad. Un solo vocero oficial llamado 24 horas.
Un mundo se vino abajo en aquellos dos días de triste memoria, y otro emergió y sigue peleando por conseguir su lugar. En ese entonces los locos no venían con mensajes de Dios anunciando cataclismos; de ello se encargaba puntualmente el Vicario de Cristo viajando por todo el mundo, y dando la comunión a dictadores y asesinos validando los regímenes sanguinarios. A eso llamo yo caridad cristiana. La misma que se ejerce con los narcotraficantes cuando se les permite comulgar, la misma que sucede cuando impide la comunión a los divorciados, a los homosexuales, a las madres solteras. Si acaso quieren acercarse al Banquete Celestial.
Hubo un tiempo que se quedó detenido en el tiempo. Un reloj con las manecillas perezosas que no avanzaron más. Una ciudad en ruinas que no consigue levantarse del todo: inundaciones, sequía, contaminación ambiental, tráfico, multitudes enloquecidas, basura. Hubo un tiempo en que contar permitía no olvidar, yo mismo narro ahora desde el recuerdo de un sujeto en su primera década de vida, viviendo ya en crisis económica, sin certezas laborales ni de ningún tipo. Hubo un tiempo pero afortunadamente, quizá, ya se acabó.

No hay comentarios.: