lunes, 3 de mayo de 2010

ANTES QUE ME ECHES DE MENOS... TE ECHARÉ DE MÍ

Antes de tres lunas volveré a por ti.
Mikel Erentxun

Es común abrazar las ilusiones propias como si fueran las de otros, así el desengaño garantiza la posibilidad de la redención: ser salvado por el héroe de uno mismo. Intrincado, laberíntico, una madeja de hilos de muchos colores es, a veces, el recorrido de una emoción. Lo pienso ahora que te pienso, justo ahora que me doy permiso para detenerme en tu nombre y deletrearlo con sonoridad infantil y casi con el mismo arrobo, incapacitado para imitar la ingenuidad de aquellos años.

Tiro del hilo sin saber adónde me llevará. De modo que escribo en un intento de fijar el rumbo de una pulsión que como tal, no da cuenta de su objetivo. Conformo este texto como un conjuro creyendo que al amanecer, la razón devolverá luz y tranquilidad a la turbulencia del sentimiento. ¿Qué volcán ardiendo y en qué lugar, originó la niebla que me impide avanzar con los ojos abiertos? Y sin embargo, un bit de memorie debe conservar su lucidez y por ello no he extraviado el rumbo. Sí, el que me lleva indolente a ti.

¿Para qué sirve conocer la naturaleza de un circuito eléctrico y tener nociones de electrodinámica, si no consigo detener el cortocircuito en que me encuentro? Llamo a tu puerta, tan invisible como tú, y no encuentro respuesta. Timbro a tu cuerpo, tan lejano ahora y ni siquiera el eco, que sería un alivio, viene a mi encuentro. ¿Es así el paisaje de eso que algunos llaman locura? No quiero ser declarado loco, no soporto siquiera ser candidato a caer en ella. Soy un hombre indomable aunque en este instante no lo parezca.

La posesión me regala el espejismo de una certeza, tan vaga como una nube de humo que al expandirse para abarcar más espacio se difumina, se hace nada. Te llamo (llamé) mío como si en realidad lo fueras. Como si el hecho de haber compartido el cuerpo me permitiera arrogarme en propiedad del tuyo. Así soy: ambicioso y egoísta, yo que nada puede ofrecerte, te exijo todo a ti. Ojalá no me complazcas para que el deseo se sostenga en la tensión entre lo que se quiere y lo que hay. No más.

Y debí desear con tal furia no ser complacido, que del ardor de tu cuerpo me queda el recuerdo turbio de un frío que me entume las manos y que me ha congelado ya, el sentimiento. Tira otra vez los tejos a ver qué te toca en suerte. Porque yo me he desdibujado la rayuela sobre la que saltaste una vez y pudiste seguir brincando. Pero ahora ese trazo no está más sino el contorno que delimita el vacío que habitaste un instante.

No sé si te habré advertido sobre la insujetabilidad de mi cuerpo, de esa carencia de no poder ser ancla ni roca sino hoja y pluma. Olvido más rápido de lo que estoy dispuesto a reconocer, quizá por eso me demoro en empezar a borrar nombres y números, paisajes y rostros, cuerpos y vivencias que me ocupan espacio en el recuerdo. Si tuviera que describirme, diría que soy más pago por evento que teléfono domiciliario.

Hasta hace unas horas me revolvía pensando que no quería lanzarte lejos de mí y ahora me acuso por haber demorado tanto tu expulsión de mis archivos. Me aportas apenas nada cuando la realidad reclama su lugar a ese pensamiento añejo de lo que sucedió ayer. Me estorbas aún cuando estaba dispuesto a convertirte en algo más que un ornato. Hay que saber ganarse el centro y parece que a ti se te da bien deambular por la periferia. Gravita sobre tu propio eje.

Así son los pactos: con uno que se hunda se consigue el equilibrio.

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